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Viviendo entre veleros: nuestra vida en el puerto de San Gabriel

Hace unos meses decidimos dar un giro a nuestras vidas. Dejamos atrás nuestra casa en el interior de Alicante y nos mudamos a nuestro velero, en el pequeño y tranquilo puerto de San Gabriel. Este rincón escondido de la costa alicantina se ha convertido en nuestro hogar, un lugar donde el tiempo parece fluir de otra manera, más lento, más consciente.

Aquí no somos muchos. De hecho somos 4 los veleros habitados en el puerto. Uno pertenece a Jesús, un hombre entrañable de 66 años que se ha convertido en un gran amigo. Jesús es de esas personas que inspiran: siempre con buen humor, energía y una actitud positiva que contagia. Su barco, un Puma 38, es una preciosidad, con un estilo clásico que nos recuerda al nuestro. Compartir charlas, risas y alguna que otra cerveza con él se ha convertido en una de las mejores partes de esta experiencia.

Luego están Carlos e Ivana, una pareja joven que también tenemos de vecinos. Su sueño es zarpar y dar la vuelta al mundo, y aunque parece que están a punto de partir, el tiempo aquí tiene esa curiosa cualidad de estirarse sin que te des cuenta. Con ellos también hemos creado una bonita amistad. Algunas noches nos reunimos en nuestro barco o en el suyo para compartir historias, planes y conocimientos. Jesús, además de ser un gran conversador, es un cocinero excepcional, y hemos tenido la suerte de disfrutar de alguna de sus fabulosas paellas.

Carlos y Jesús me agarraron un día y me hicieron sacar el azul a maniobrar en puerto, el pequeño raspón que todavía le veo fué de aquel día, me acuerdo todavía compañeros.

El puerto de San Gabriel es un lugar tranquilo, casi mágico. Entre semana apenas hay movimiento, y el silencio solo se rompe con el sonido de las olas y el viento. El único habitante constante, aparte de nosotros, es Antón, quien tiene una academia de navegación y un par de barcos amarrados en el otro pantalán.

Vivir aquí es una experiencia única. San Gabriel es uno de esos barrios auténticos que todavía conservan su esencia, lejos del bullicio y el turismo masivo. Pasear por sus calles, conocer a sus vecinos y sentirnos parte de esta pequeña comunidad ha sido un regalo inesperado. Además, recibimos visitas frecuentes de amigos y familiares que vienen a curiosear nuestra nueva vida a bordo. Para muchos, es algo exótico; para nosotros, es simplemente nuestra rutina.

Aunque teníamos planeado zarpar hace tiempo, el tiempo se ha alargado sin querer. San Gabriel tiene esa capacidad de engancharte, de hacerte sentir que estás justo donde debes estar. Carlos e Ivana parecen estar a punto de partir hacia su gran aventura, y nosotros, aunque tarde o temprano seguiremos nuestro rumbo, sabemos que este lugar y estas personas quedarán grabados en nuestra memoria para siempre.

Vivir en un velero no es solo un cambio de residencia; es un cambio de perspectiva. Aquí, cada día es una pequeña aventura, cada conversación una oportunidad para aprender, y cada atardecer un recordatorio de que la vida puede ser más simple y, al mismo tiempo, más intensa. San Gabriel no es solo un puerto; es un refugio, un punto de partida y, sobre todo, un lugar al que siempre llevaremos en el corazón.