El final del verano siempre trae consigo una mezcla de nostalgia y la necesidad de exprimir al máximo los últimos rayos de sol. Este año, esa necesidad nos llevó a Formentera e Ibiza a bordo del Azul, nuestro fiel compañero de aventuras. La tripulación: Eli y yo, y nuestros amigos Miguel y su hijo Alex.
Conocí a Miguel hace años en la escuela de navegación en Alicante. Él, un lobo de mar curtido en mil travesías, y yo, un novato con más teoría que práctica. De aquel encuentro, además del conocimiento náutico, me llevé conmigo a unos buenos amigos.
Alex, por su parte, es un joven tranquilo y con un gran sentido del humor, la compañía perfecta para una travesía.
La partida, como suele ocurrir en estos casos, tuvo su dosis de imprevistos. Miguel, fiel a su estilo, se retrasó. La espera se hizo larga, la cena se enfrió, y hasta barajamos la posibilidad de posponer la salida. Pero finalmente, cerca de la medianoche, aparecieron nuestros amigos y la emoción de zarpar eclipsó cualquier duda.
El viaje fue tranquilo, quizás demasiado. Con más horas de motor que de vela, el Azul avanzaba a su ritmo pausado, para desesperación de Miguel, acostumbrado a embarcaciones más veloces. Él no entendía cómo un barco con semejante motor no superaba los 5 nudos. Pero el Azul tiene su propio carácter, tranquilo y majestuoso, ajeno a las prisas.
Los cálculos de Miguel fallaron, y en lugar de llegar a Formentera de día, arribamos a S'Espalmador al anochecer. Con la poca luz y nuestra escasa experiencia, conseguimos atrapar una boya y disfrutar de la calma de la noche, rodeados de los candiles de otros veleros y un cielo estrellado. Una estupenda cena, que Eli traía preparada, y alguna que otra bebida espirituosa celebraron nuestra llegada.
Los días siguientes pasaron volando entre fondeos y boyas, explorando las calas de Formentera y haciendo alguna escapada a Ibiza. Cada desembarco era una explosión de imágenes y olores, pequeños tesoros que enriquecían nuestro viaje. Uno de los días más memorables fue la excursión al Faro de la Mola en Formentera. Alquilamos tres ciclomotores y recorrimos la isla, dejando al Azul descansando en una boya en Caló de s'Oli. Formentera, una isla mágica flotando en el Mediterráneo.
Imposible olvidar el baño en s'Estanyol, en S'Espalmador. Una laguna de agua salobre y barro, un barro oloroso, a veces punzante, que dejaba la piel renovada. Dicen que ahora está prohibido bañarse allí, una verdadera lástima.
Navegar con Miguel y Alex fue un placer. Buenos compañeros de viaje, con los que compartimos risas, anécdotas y la inmensa belleza de las islas. Hay muchas más historias que contar, pero este es solo un pequeño destello, un recuerdo de aquellos días inolvidables.
Tras casi dos semanas, el Azul nos devolvió a San Gabriel. Un viaje sin contratiempos, disfrutado al máximo. No queríamos volver, pero los compromisos en tierra y la meteo, que empezaba a mostrar su cara otoñal, nos obligaron a regresar. El Azul, una vez más, nos trajo a casa en el momento justo, antes del anochecer estaba amarrado.
El final del verano lo estaban celebrando los pantalaneros. Nuestro viaje terminó unas horas después de la llegada, casi al amanecer. Tuvimos un buen recibimiento. Son las cosas de San Gabriel.